Los investigadores han alterado un gen vinculado con el olfato de los insectos. Lo han hecho empleando la técnica CRISPR, un sistema de modificación genética que ha revolucionado la biología en los últimos tres años. Han apostado por los receptores olfativos, a sabiendas de la importancia que tiene ese sentido por la sociabilidad.
En efecto, las hormigas modificadas exhiben comportamientos anómalos: desde pequeñas, no siguen los rastros de sus congéneres y no se amontonan entre ellas para formar un nido. Además, en su cerebro casi desaparece la parte dedicada al procesamiento de los olores. Salir del rebaño les cuesta caro: viven mucho menos que las no modificadas.

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